El toro de Bilbao (1)
El toro de Bilbao es el sinónimo correspondiente a una res brava, que, por su presentación y trapío, forma parte de la cabecera de la camada correspondiente. Desde la inauguración del actual taurodromo de Vista Alegre, se han corrido las reses bravas de mayor prestigio en las arenas bilbaínas. Históricamente, la Comisión Taurina de la JAPTV ha seleccionado los bureles con la nota más alta de cada una de las camadas. Toros que se reseñaban convenientemente en distintas ocasiones del año, con objeto de seguir su evolución y comprobar in situ que se correspondía con la label del toro de Bilbao.
En 1892, cuando se levantó la primogénia Plaza de Vista Alegre, uno de los principales motivos –además de generar fondos dinerarios para ayudar al sostenimiento de la Misericordia y el Hospital de Basurto- que adujeron sus diecinueve promotores, liderados por el director del diario La Unión Vasco Navarra, Eladio Lezama, era recuperar el prestigio torista de la Villa, principios que se sintetizaban en adquirir los mejores toros, de cinco años, de gran trapio y romana. Los nefastos resultados artísticos de las ferias de 1880 y 1881, habían causado un profundo malestar entre los aficionados bilbaínos a la Lidia, a consecuencia de la mala presentación y peor juego del ganado corrido, especialmente por los hierros de Núñez de Prado y Saltillo.
En 1930, el reglamente taurino sufrió un cambio fundamental para la pervivencia del toro bravo. Hasta entonces, los toros se lidiaban con cinco años cumplidos. Al comenzar de la temporada de 1931, la comisión redactora de un nuevo reglamento taurino determinó rebajar un año la edad de Lidia, reforma que no tuvo consecuencias practicas durante las primeras temporadas, sino tras el final de la Guerra Civil. Pero estos años, el deterioro sufrido por la cabaña de ganado bravo tuvo como consecuencia el progresivo achicamiento de las reses. No solo por culpa del apoderado de Manolete -Cámara-, y del estilo que exigían los nuevos estoqueadores de corte artista, a quien cuadraba mejor la reses utreras, y la permisividad de reglamento taurino en cuando. La guerra acabó con el toro-toro, y además consagró el afeitado. “La fiesta nacional murió, había nacido el espectáculo”, afirmaría Juanito Belmonte -hijo del Monstruo-, en las paginas de ABC.
Los primeros años cincuenta, el trabajo de la familia Chopera, en sus dos primeras temporadas al frente de Vista Alegre, no convenció a los rectores de la Junta Administrativa, que cedió la programación de Vista Alegre al ‘Grupo Club Cocherito’[i], las temporadas de 1952 y 1953. Este grupo de cocheritas, se pusieron como objetivo la recuperación de la tradición torista de la plaza. Los años siguientes, las combinaciones de toros y toreros de los hermanos Martínez Elizondo siguió sin convencer al Grupo Club Cocherito, de manera que, en 1957, volvió a pujar por el arrendamiento del coso de Abando. Macazaga era vicepresidente de la Junta presidida por Federico Ugalde. Y Meaza el responsable del GCC. Siempre buscando el prestigio de la plaza bilbaína y la recuperación del toro-toro que en ella se debía corría. De nuevo surgió la controversia entre la Junta y el Cocherito, al conceder la explotación a los empresarios guipuzcoanos, a pesar de que ofertaron casi 300.000 pesetas menos más por año.
[i] El Grupo Club Cocherito fue una sociedad mercantil constituida por varios socios y ex presidentes del Club Cocherito, integrada por Juan Meaza, Esteban Macazaga, Pedro Villarejo, Silvino de Diego, Gregorio Martínez Casado, Carmelo Sánchez-Pando, padre, Dionisio Álvarez, Mariano San Martín, Rodolfo y José Maria Cardenal –sastres-, Gregorio Lladó -ex banderillero, segundo empresario de Vista Alegre y propietario del restaurante Lladido en la calle Colón de Larreategui-, José Tapiz; José Olaizola; José Luís Tejada, Julio Ruiz de Velasco, José Luís Larrabeiti -empresario y concejal-, Enrique Bartolomé -ex novillero y asesor de la presidencia de Vista Alegre y Víctor Bilbao.