¿El Ángel rojo o el traidor Melchor?
Los primeros días de noviembre de 1936 el ejército de la república tenía abiertos cinco frentes bélicos en Asturias, Vizcaya, Córdoba, Málaga y Madrid. En estas mismas fechas se convirtió en un personaje de singular trayectoria política el exnovillero Melchor Rodríguez García (Sevilla, 1893 – Madrid, 1972), militante de la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y director de Prisiones de Madrid y Alcalá de Henares, entre los meses de noviembre de 1936 –fecha en que el Gobierno de Madrid se trasladó a Valencia– y febrero del año siguiente. El escritor Alfonso Domingo resumió su personalidad:
“Melchor Rodríguez, extorero, chapista de profesión, anarquista puro, amigo íntimo de los hermanos Quintero, quien desde su puesto de director de Prisiones y respaldado por el subsecretario Sánchez Roca, demostró un coraje excepcional defendiendo y protegiendo a la población penal en momentos en los que el incremento de los bombardeos nacionales provocaba hechos tan horrorosos como el del tren de la muerte”[i].
Igualmente, un diplomático chileno, residente en la capital republicana los días del levantamiento castrense, Carlos Morlá, amplió las características humanas de este singular militante libertario:
“andaluz genuino, un anarquista maravilloso que es la bondad y la honradez personificada”.
Cuando contaba con muy pocos años de edad Melchor Rodríguez se había quedado huérfano de padre –estibador del puerto de Sevilla– a consecuencia de un accidente laboral. La desgracia obligó a su madre María a ganarse la vida ejerciendo los oficios de cigarrera y costurera de diversas casas sevillanas de posibles, lo que no impedía que su hijo tuviera que visitar con excesiva frecuencia las instalaciones del hospicio sevillano, donde ejercía de monaguillo.
Con solo trece años de edad Melchor se inició en el aprendizaje del oficio de calderero. Dos años más tarde comenzó a frecuentar las capeas pueblerinas, en las que tras demostrar sus conocimientos prácticos acerca de la lidia recaudaba algún dinero “pasando el guante” entre los espectadores. Tras acumular una cierta experiencia en el manejo de los trebejos de torear, se vistió de luces por primera vez en septiembre de 1915 en la plaza de toros de Sanlúcar de Barrameda junto a Antonio García Bombita IV. Sumaba 22 años de edad y aquella tarde salió a hombros gracias a su valor.
De figura juncal y corte valeroso, Melchor no conseguía hacerse un hueco en los primeros puestos del escalafón novilleril, de manera que en 1918 trasladó su domicilio a la capital de España, donde logró que le anunciasen en el ruedo de Tetuán de las Victorias el 4 de agosto (novillos de Montoya para Redondo y Francisco Díaz). Esa tarde resultó cogido en el glúteo cuando intentaba pasaportar al sexto burel del encierro, herida de la que tardó varios meses en sanar. Al finalizar la campaña, y sin poder mostrar más hazañas que una profunda desilusión, colgó los avíos de lidia. Reapareció en el curso de 1920 y volvió a resultar cogido de consideración en La Glorieta salmantina. Ese mismo verano, con 27 años de edad, se presentó en La Maestranza, donde por tercera vez resultó herido de gravedad, lo que le llevó a cortase la coleta definitivamente.
Entre sus compañeros de aventuras de primera hora se encontraba el banderillero Castillito[ii], a quien muchos años más tarde, sumido en la indigencia, sin una pierna y con una mujer a su cargo, dio cobijo en su domicilio madrileño.
Retirado de la profesión de lidiador, Melchor Rodríguez ejerció los oficios de ebanista primero y de chapista después, época en la que se afilió a la CNT, en el que ostentaba el carné número tres de la Agrupación Anarquista de la Región Centro. Reconvertido en dirigente libertario, participó activamente en las numerosas huelgas y especialmente en la promovida en la compañía Telefónica, entonces propiedad de la multinacional norteamericana ITT.
De carácter intrépido, al igual que José Bergamín, Melchor Rodríguez intervino entusiastamente en el asalto al Cuartel de la Montaña. Los primeros días de agosto de 1936 requisó el palacio del marqués de Viana al frente de un grupo anarquista que se auto denominaba Los Libertos; supuesta checa en la que se segó la vida a numerosos falangistas, religiosos y militares, entre los que se encontraba el exministro radical Rafael Salazar Alonso, hasta que se pactó su entrega al director nacional de Seguridad, lo que levantó numerosas suspicacias entre sus propios camaradas.
Posteriormente, el exdiestro sevillano ejerció de comisario político en diversos frentes bélicos hasta que fue designado delegado de Prisiones en sustitución de Clara Campoamor. Este nombramiento permitió que el 8 de diciembre salvase del aniquilamiento a los 1.532 presos facciosos recluidos en el penal de Alcalá de Henares, entre los que eran los más conocidos el militar Agustín Muñoz Grandes[iii] y los falangistas Raimundo Fernández Cuesta, Javier Martín Artajo, Luca de Tena, Bobby Deglané, Serrano Suñer, Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Figueroa y, probablemente, el estoqueador Nicanor Villalta.
Estas y otras acciones humanitarias hicieron que sus propios camaradas sospechasen de su posible colaboración con la Quinta Columna, incluida su esposa, quien le abandonó a principios de 1939 convencida de que ingenuamente se había dejado utilizar por los quinto-columnistas. Su correligionario, el ministro de Justicia Juan García Oliver, le cesó de su anterior responsabilidad política el 1 de marzo de 1937. En las trincheras nacionales se le conocía como “el Ángel Rojo” y como el “traidor Melchor” entre sus colegas cenetistas.
A finales de abril de 1937 Largo Caballero disolvió la Junta de Defensa de Madrid que comandaba el general José Miaja, a quien sustituyeron por un organismo similar a lo que era el Ayuntamiento de Madrid al que transfirieron las anteriores responsabilidades política. A finales de ese mismo año el antiguo torero formó parte de la comisión impulsora de un monumento en memoria de Buenaventura Durruti.
La FAI y la Junta del coronel Casado consensuaron nombrar a Melchor consejero municipal del anterior organismo con un cargo similar a concejal como delegado de cementerios, que presidía el socialista Henche de la Plata en sustitución del esfumado Pedro Rico. El 1 de abril de 1939 se vio en la tesitura de entregar personalmente las llaves de la casa consistorial a los nuevos inquilinos franquistas, quienes le detuvieron y pusieron a disposición de un tribunal castrense el 13 de abril. Ese mismo jurado le declaró en diciembre inicialmente inocente, aunque el auditor militar no corroboró el veredicto. En mayo de 1940 un nuevo consejo de guerra condenó al exnovillero a cadena perpetua, posteriormente conmutada por 20 años de cárcel que penó en El Puerto de Santa María. Evitó parte de esos años gracias a la mediación de Muñoz Grandes –en estos momentos capitán general de la I Región Militar– y al aval de 2.000 firmas que solicitaban clemencia, lo que redujo la pena a doce años y un día con la posibilidad de disfrutar de la libertad provisional. En el curso del juicio el anterior general realizó una encendida defensa de sus cualidades humanas.
En los años cuarenta y tras abandonar la prisión, el antiguo novillero continuó implicado en actividades libertarias, por lo que resultó detenido de nuevo y acusado de propaganda ilegal. El escritor Víctor Márquez Reviriego en un artículo publicado en El Mundo de Andalucía asegura que:
“Fue empleado en una compañía de seguros, y vivía con su antiguo compañero de capeas, el banderillero Castillito, y la esposa de este, en un modesto piso de la madrileña calle de la Libertad. Allí murió, y dicen que nunca pidió ayudas a nadie ni de nadie las admitió y cuando se reunía a comer con alguien nunca dejó que le invitaran”[iv].
El agradecimiento que le profesaban las numerosas personalidades franquistas a las que había salvado la vida motivó que le brindasen diversas ofertas de trabajo, incluido un puesto de funcionario en el sindicato vertical remunerado con 25.000 pesetas, prebendas que reiteradamente, una tras otra, rechazó sin dudar un segundo.
En el entierro del torero y militante libertario, presidido por un crucifijo y la bandera anarquista, se dieron cita numerosos expresos de ideologías contrapuestas. Como remate final a la ceremonia fúnebre, una conocida personalidad del régimen franquista rezó un Padrenuestro en voz alta, evento al que puso el punto final un viejo camarada con la entonación del himno anarquista.
[i] Alfonso Domingo. El Ángel Rojo. Almuzara. Córdoba, 2009.
[ii] Castillito resultó cogido de gravedad en la plaza de Madrid en septiembre de 1925. Dos años después su trabajo satisfizo a los espectadores del mismo escenario.
[iii] El militar falangista Agustín Muñoz Grandes (Madrid, 1896-1970) se encontraba al mando de la unidad de voluntarios de la División Azul que se desplazó a Rusia para luchar contra el comunismo.
[iv] El Mundo de Andalucía, 10 de noviembre de 2007.