Juanita Cruz, víctima del machismo y del franquismo
El 1932 Juana Cruz de la Casa[i] (Madrid, 1917-1981) cumplió los quince años de edad cuando se cumplían cuarenta temporadas sin que las mujeres pudieran torear en las plazas españolas. En junio de ese mismo año la madrileña convirtió en realidad el sueño de estoquear un becerro en León, gracias a la permisividad del gobernador provincial, muy aficionado a la fiesta brava.
Ya miembro activo del escalafón novilleril, Juanita acudió al coso de Cabra el mes de febrero del año siguiente (Manolete y Bebe Chico), donde sufrió una furibunda crítica antifeminista, lo que no le impidió repetir comparecencia en el mismo recinto el Domingo de Resurrección (con reses de Gamero Cívico). Esa temporada la Veneno de Pardinas sumó 32 actuaciones en coliseos tan acreditados como los de Córdoba y Málaga, a pesar de las permanentes descalificaciones machistas que le dedicó parte de la prensa especializa, entre las que se incluía la omisión de su nombre.
El curso de 1933 los representantes de la torera madrileña pusieron en marcha una campaña dirigida a exigir el cumplimiento estricto de los derechos que la constitución republicana la otorgaba. Su apoderado y futuro marido inició una campaña de recogida de firmas tendente a reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres estoqueadoras, iniciativa que contó con el apoyo de Marcial Lalanda, que avaló con su firma el derecho de la novillera, mientras que Domingo Ortega se negó a rubricar idéntico escrito.
Una vez que Juanita Cruz consiguió imponer sus derechos constitucionales –previa reforma del Reglamento Taurino–, el director general de Seguridad, Rafael Salazar Alonso, autorizó oficialmente el toreo femenino. La temporada de 1934 Juanita se vistió de luces en 53 ocasiones.
El jueves 2 de abril de 1936 (Niño de la Estrella, Miguel Cirujeda y Félix Almagro), la lidiadora se presentó en Las Ventas con reses de las igualmente mujeres ganaderas Carmen de Federico y María Hernández, viuda de Aleas. A pesar de que el empresario Eduardo Pagés no confiaba en la espada de la Avenida de la Plaza de Toros, a su primer enemigo le cortó una oreja, a pesar de que resultó volteada y con el traje-falda destrozado, además de lesionada en la mano izquierda en el momento de entrar a matar. Fue necesario interrumpir la lidia el tiempo preciso para que le curasen en la enfermería. Una vez más, el machismo imperante quedó al descubierto tras comprobarse que todas las placas fotográficas que al día siguiente publicaron los diarios madrileños estaban sospechosamente tomadas en los momentos más deslucidos de su actuación.
Tras su triunfal presentación en la capital de la República le llovieron los contratos por doquier. Cuando las hojas del calendario alcanzaron el 18 de julio Juanita sumaba dieciocho festejos pasaportados. Camilo José Cela dejó constancia de las peculiaridades que ofrecía el toreo femenino en las jornadas prebélicas:
“A Juanita Cruz señorita torera le dieron un aviso en Valladolid, lo pone el periódico, la verdad es que tuvo poca suerte con el ganado que le salió mansurrón, a la Amanda Ordóñez le gusta más Enriqueta Palmeño, ¡dónde va a parar!, y la rejoneadora Beatriz Santullano, que monta a caballo como Dios, parece una centaura, no se dice centaura, bueno pues una amazona”[ii].
Los días 20 y 21 de septiembre de 1936 Juanita ofreció sus dos últimas representaciones en los circos leales de Cartagena y Vista Alegre. A finales de mes, sus padres, junto a su apoderado, consensuaron que lo más conveniente para sus intereses era aceptar las ofertas que tenía para torear en las plazas americanas, de manera que los primeros días de octubre la diestra abandonó la Península Ibérica a través de Port Bou camino del puerto de Boulogne-sur-Mer, donde embarcó en un transatlántico rumbo a Venezuela.
Coincidiendo con la inauguración de la temporada invernal del Nuevo Circo de Caracas, el 20 de diciembre de 1936, Juanita Cruz se presentó en las plazas venezolanas (Chiquito de la Audiencia y Pepe Gallardo). A continuación, acudió al coso de Maracay, donde sorteó las seis reses en punta, de igual a igual, con sus dos compañeros de terna, sin hacer valer su condición de dama. Aquella tarde cosechó dos orejas. Una semana después ratificó otro éxito en idéntico escenario. Sus triunfales actuaciones resultaron tan aplaudidas que la empresa caraqueña también escrituró a Enriqueta Palmeño.
El 1 de enero de 1938 Juanita alternó en el circo de Maracay, mano a mano, con el Niño de la Palma; y en los cosos de La Victoria, Valencia, Turnero… Los primeros días de febrero intervino en un festejo a beneficio de la Cruz Roja junto a Chiquito de la Audiencia, tarde en que brilló a una gran altura. Domingo Ortega se negó a realizar el paseíllo al lado de la novillera en Caracas en el mes de marzo, a pesar de reconocer: “parece que esa señorita se ha tomado el toreo en serio”. En todo caso, el representante del torero toledano y de la espada, Eduardo Pagés, prefirió el concurso de Juanita, quien el 13 de marzo volvió a pisar el mismo escenario (Carnicerito de Málaga y Chiquito de la Audiencia) en una tarde en la que consiguió tres trofeos y una nueva contrata.
Entre las temporadas de 1936 y 1942 Juanita Cruz alcanzó sus momentos de mayor esplendor artístico. Solo en los redondeles americanos estoqueó 460 festejos.
No obstante, las actuaciones de la estoqueadora demócrata en los ruedos de allende los mares serían totalmente silenciadas en la península. Para los vencedores de la guerra civil había dejado de existir. A su nombre le acompañaría la etiqueta de roja para siempre. Volver a vestirse de luces en las plazas hispanas era una misión imposible, entre otras causas porque se había vuelto a prohibir el toreo femenino.
Unos años después, ya de vuelta en su país natal, su marido, apoderado y biógrafo, Rafael García Antón, resumió los avatares que se había visto obligada a sortear, incluido el boicot al que la sometieron sus compañeros de profesión: “¡Vaya, ya me lo han ganado estos maricas de toreros españoles! ¡Y ha tenido que haber una guerra civil para que me vencieran!”[iii].
El gobierno franquista y el sindicato vertical no autorizaban el toreo femenino y la mayoría de sus compañeros se negaban a torear junto a una mujer.
En 1946, tras diez años de destierro forzoso, Juanita Cruz se enfundó por última vez la falda de luces en La Paz (Bolivia), antes de retornar a España previa escala en territorio francés. A finales de 1947 llegó a Madrid, donde nunca más pudo volver a mostrar sus conocimientos sobre el arte de Cúchares. Un político de la época se interesó por la resolución de su caso ante el ministro y cuñado del generalísimo, Serrano Suñer, a quien uno de sus asesores le arguyó: “Si es roja, señor ministro, y enemiga de Franco…”.
Una vez en la capital, y para evitarse más contratiempos, contrajo matrimonio religioso con su apoderado, pues nunca había renegado de la fe católica. Por prudencia, propia o pactada, tampoco volvió a conceder entrevistas a la prensa. Su trayectoria quedó resumida en el epitafio grabado sobre su tumba: “A pesar del daño que me hicieron en mi patria los responsables de la mediocridad del toreo de 1940-1950… ¡Brindo por España!”[iv].
Antonio Fernández Casado
Extracto del libro, “Garapullo por Máuseres”
8 de marzo, 2018
[i] Juanita Cruz nació en la calle de Jorge Juan de Madrid –entonces la Avenida de la plaza de Toreros–, muy cerca del coso de la carretera de Aragón, en el que presenció numerosos festejos sentada en la meseta de toriles en compañía de su amiga Encarna, hija del carpintero de la plaza en la que ambas jugaban desde niñas.
[ii] Camilo José Cela. San Camilo 1936. Alianza Editorial. Alfaguara, 2003.
[iii] Rafael García Antón. Juanita Cruz. Su odisea. Artes Gráficas Sol, 1982.
[iv] Rafael García Antón. Juanita Cruz. Su odisea. Artes Gráficas Sol, 1982.