Taurología: Estoqueadores y Milicianos

Estoqueadores y milicianos

La carrera de Juan León Leoncillo (Sevilla, 1788- Utrera, 1854), comenzó la campaña de 1810, con diversas apariciones de banderillero y sobresaliente de espada. Hasta que cuatro años más tarde, Jerónimo José Cándido le cedió la muerte de un toro en la plaza de Cádiz. A continuación, se integró en la cuadrilla de Guillen, a quien trato de socorrer la tarde que perdió la vida en el ruedo de Ronda. Leoncillo se presentó en la plaza de toros extramuros de la Puerta de Alcalá de Madrid, el 8 de julio de 1816, donde este mismo curso, en el papel de medio de espada, estoqueó sus dos primeros astados (Jerónimo José Cándido, Curro Guillén y Sombrerero). Unos cuantos años después, protegería a su subalterno de su máxima confianza, Francisco Arjona Herrera Cuchares.

La grave situación política por la que atravesaba España, en  guerra contra Francia, y el posterior conflicto interno que enfrentaba a los partidarios de las causas liberal y realista, permitió que marginasen a Leoncillo de las principales ferias taurinas, incluida la correspondiente a Madrid, a causa de su ideología política. Según Don Ventura, el sevillano era un exaltado liberal,

 

“tanto o más que como lidiador adquirió su personalidad marcado perfil en el troquel de las ideas políticas”.

 

Precisamente, Antonio Sánchez  El Tato, en una de las primeras funciones tras la revolución, brindó la muerte de un burel, a la Soberanía Nacional, y a sus biencherores correspondiente, los generales liberales,  Prim, Serrano y Topete.

 

En 1918, Juan León, avecindado en la Villa y Corte, y ya instaurada la Constitución de 1820, tras el alzamiento de Rafael del Riego, se alistó en el cuerpo Nacional de Milicianos de Caballería, decisión que le permitió incrementar el número de contratas. Este mismo año toreó un festejo en Sevilla en honor del anterior general liberal En paralelo, se labró una gran popularidad gracias a su enconada rivalidad con Sombrerero.

A pesar de todo, Leoncillo estuvo ausente del ruedo de Madrid entre 1821 y 1827, aunque acudió solo a las plazas andaluzas por culpa de su ideología. Seis años más tarde, junto a Lucas Blanco, tomó en arriendo el coso de Sevilla, donde programaron el abono de ese mismo año. En 1845 se cortó la coleta, aunque reapareció cinco años más tarde, ya muy mermado de facultades. En 1851, tras sufrir un grave percance se retiró definitivamente y afincó en Sevilla; ciudad en la que se propagó una peste de cólera; de manera que, por miedo a contagiarse, trasladó su residencia a Utrera, donde dejó de existir, en una humilde posición económica.

 

Roque Miranda. [i]

Roque Miranda Conde Rigores (Madrid, 1799-1843) se distinguía, tanto en los redondeles como en los campos de batalla, por su  valor. Con regularidad, alternaba el vestido de luces con el uniforme castrense. Protagonista de innumerables peripecias de desdoblamiento de personalidad, fue una de las figuras del toreo más respetadas de su tiempo. Según aseveró Sánchez de Neira era un consumado estoqueador:

 

” entrado de carnes, de buena estatura, moreno claro, ojos negros vivos y penetrantes, esmerado en el aseo, de carácter franco y jovial”. 

 

Miranda mostraba las maneras típicas del madrileño neto: flamenco, alegre, dicharachero, valiente, generoso, honrado a carta cabal, y siempre dispuesto a jugarse la vida y la fortuna en favor de sus semejantes; virtudes glosadas por el anterior revistero:

 

“Hijo del pueblo  y entre el pueblo educado, con gran partido entre las “Manolas”, a quienes requebraba con gracia y sal puramente madrileñas; era amigo de todos, rumboso hasta el extremo de no tener nada suyo; servía con desinterés, alternaba con gentes altas y bajas, y su nombre corría de boca en boca…”[ii]

 

Concordando con el pronunciamiento del general Riego e instauración del régimen constitucional liberal, tras un primer periodo de gobierno absolutista coincidente con el reinado de Fernando VII, Roque Miranda alcanzó el grado de sargento del I Batallón de Caballería de las Milicias Nacionales. Integrado en un grupo al que se denominaba “comunero”, entre 1820 y 1823; en este periodo de tiempo se dedicó a reprimir a los partidarios  absolutistas, en exclusiva. Formando parte de la columna del general Álava, se vio obligado a enfundar, transitoriamente, los estoques para dedicarse a reprimir la sublevación de la Guardia Real y de las tropas acantonadas, a las que persiguió hasta los confines con Aranjuez.

Cuando Fernando VII fue suspendido en sus funciones constitucionales por la Cortes. Rigores formaba parte del grupo de milicianos nacionales que acompañó a  la Corte y al Congreso en su viaje a Sevilla en abril de 1823. Vistiendo el uniforme castrense, asistió a una corrida de toros programada en la Maestranza en honor del Monarca y de las Cortes, integrado en el sequito fernandino. Para despachar los ocho bureles se había avistado a Lorenzo Badén, Leoncillo y Lucas Blanco. El público, que seguía estimando a Rigores, le descubrió entre barreras, vistiendo el uniforme castrense, formando parte del piquete de servicio, a quien solicitaron con reiteración que saltase al redondel. De modo, que tras despojarse de la casaca militar, y con la anuencia de sus antiguos colegas de carrera, banderilleó el cuarto ejemplar de la tarde, al que posteriormente trasteó y pasaportó de una única estocada en la cruz. Nadie pudo escatimar un solo elogio a la faena ofrecida por Rigores; quien muy orgulloso de su trabajo, se auto convenció que debía retornar a los redondeles.

Alrededor de 1824, apenas restablecido el régimen absoluto, se le prohibió torear en la plaza de Madrid, por lo que se avecindó en la localidad  de Pinto, huyendo de los riesgos que pudiera acarrearle su militancia liberal. A partir de entonces, Rigores tropezó con múltiples dificultades para que le hiciesen un hueco en las combinaciones taurinas. Fue el propio monarca quien le levantó el veto para que le volviesen a escriturar en Madrid, el 11 de octubre de 1828, gracias a las gestiones de esposa ante El Deseado, quien consintió se pasase por alto su militancia política (Sombrerero y Manuel Parra). En 1831 tuvo que amparar a Montes, tildado de realista, cuando se presentó a torear en Madrid.

En agosto de 1938, participó en una corrida mixta, “con el plausible motivó de haberse mandado por S. M. publicar y jurar la Constitución de Cádiz de 1812 (Maravilla, Baque, Francisco de los Santos y Roque Miranda).

El 12 de octubre de un año después, coincidiendo con un festejo que conmemoraba la firma del Convenio de Vergara, el espada de la calle Segovia, volvió a torear en la plaza de la capital (Francisco de los Santos y Juan Jiménez). Tres años después, la decadencia de Miranda parecía más que evidente, de acuerdo con el criterio de Cossío. En 1840, triunfantes los progresistas, premiaron los servicios de Roque, nombrándole administrador del matadero madrileño:

 

“El Ayuntamiento de Madrid, después del movimiento político de 1840, recordando sus servicios y su consecuencia a la causa liberal, le proporcionó el cargo de administrador del Matadero, suficientemente retribuido par su decorosa subsistencia”.[iii]

 

Para su desgracia, el cargo no llenaba sus aspiraciones el cual abandonó en 1842. Aunque el 9 de junio del mismo año, volvió a torear en la capital, tarde que recibió dos gravísimas cornadas cuando pasaba de muleta a su segundo oponente, de un burel de la ganadería del duque de Veragua, a resultas de las cuales fallecería solo ocho meses más tarde, a los cuarenta y cuatro años de edad. También Curro Cuchares fue un torero liberal, si bien no tomó parte activa en ninguna de las contiendas políticas.


[i] (De un cuadro existente en la exposición del Madrid antiguo). Foto  de Alfonso (Alrededor del Mundo, 30 de abril, de 1927)

[ii] José Sánchez de Neira. Gran Diccionario Tauromáquico. Imprenta y Librería de Miguel Guijarro. Madrid 1879.

[iii] José María Cossío. Los Toros. Espasa y Calpe. Madrid, 1995.