La Cátedra Taurina. Tres pinceladas sobre el toreo femenino

El toreo femenino

Como es sabido, a lo largo de los siglos XVII y XIX se comenzó a reglamentar la celebración de espectáculos taurinos públicos en términos similares a como se conocen actualmente, tanto en lo que concierne a los espadas varones como a las estoqueadoras del género femenino. No obstante, los aficionados más recalcitrantes calificaban a estas últimas de varoniles, incluido el especialista Sánchez de Neira, quien no las tomaban demasiado en serio.

Las actuaciones de las señoritas toreras sirvieron de soporte publicitario a numerosas mojigangas programadas a lo largo del siglo XVIII, época en que se convirtieron en la principal atracción de numerosos espectáculos taurinos populares, generalmente en horario nocturno, a pesar de que con frecuencia conseguían llenar los tendidos.

Hasta que en los primeros años del siglo XIX, el ilustrado Manuel Godoy prohibió la lidia de reses bravas a las mujeres, coincidiendo con la llegada a España del rey francés José Bonaparte.

Sin embargo, el hermano de Napoleón, en su deseo de congraciarse con el pueblo llano, permitió que la dama asturiana Teresa Alonso rejonease dos novillos en Madrid el 28 de julio de 1811 (Jerónimo Cándido y Curro Guillén) gracias a las gestiones realizadas por el segundo espada ante el monarca. De manera que la señora torera compareció sobre el cuadrilátero, más que redondel, ataviada con una falda negra, una chaquetilla grana y un sombrero calañés. El monarca, que aplaudió calurosamente su actuación, dispuso que la mayor parte de la carne del burel, que estaba valorada en 500 reales, se le entregase a la torera como premio a su labor tal como era costumbre en estas ocasiones.

Alrededor de un cuarto de siglo antes, una de estas primeras estoqueadoras, Francisca García La Motrilera (Motril), esposa del igualmente rehilero navarro Francisco Gómez, solicitó la campaña de 1774 el permiso pertinente para poder torear a caballo en Pamplona; autorización que le fue denegada en dos ocasiones consecutivas a pesar de acreditar más de diez temporadas enfrentándose a reses bravas en los escenarios tan cualificados como los de Granada, Cádiz, Valencia y Murcia, entre otros más. Algunos revisteros afirmaban que prendían los rejoncillos y las banderillas con facilidad.

Por otro lado, cuenta el fabulista José María Herrera que en la misma época que Pedro Romero también toreaba ganado fiero la monja rondeña María de Gaucín –a quien Cossío cita en su biblia taurina–, de quien se aseguraba que realizaba algunos pinitos de primer espada. Aunque tras cosechar varios fracasos consecutivos no tuvo más remedio que retomar los hábitos.[i]

 


[i] Francisco J. Prieto El Lince. Doña María de Gaucín, Monja torera. Ronda Semanal. 23 de marzo de 2008.