Taurologia. Los toros y la guerra de la Independencia

 

Los toros y la guerra de la Independencia

 

El año de 1805, el rey Carlos IV de Borbón decretó la prohibición de la corrida de toros en las plazas públicas españolas. En estos momentos, el interés general se centraba en la resolución de los graves problemas gubernamentales que atenazaban a la nación hispana. Los principales anhelos populares se concentraban en intentar liberarse del yugo francés. De manera, que una parte muy significativa del pueblo llano, de manera espontánea, se agrupó en pequeñas partidas antisistema, las cuales se movilizaron, por su cuenta y riesgo, para luchar en favor de la independencia de la nación hispana.

 

Entre los matadores de toros, que más abiertamente se significaron en las originarias guerras de guerrillas, se encontraban: Agustín Aroca Castillo (Sevilla, 1774-1808), Idelfonso Pérez Naves (Jerez de la Frontera, 1776-Madrid, 1818) y Jerónimo Martín Pajarito. Aroca era un estoqueador ilustrado que había seguido la carrera de Leyes, a quien los soldados franceses acusaron de pertenecer a una de las numerosas partida revolucionarias que combatía a favor de la libertad en los alrededores de la provincia de Toledo, donde acabó perdiendo la vida junto a varios patriotas más. Por su parte, Pérez Naves  y Pajarito, ambos varilargueros de Curro Guillen, la temporada de 1808 se alistaron de buen grado en las filas del ejército que defendía Andalucía, con el que participaron en la batalla de Bailen. Tres años más tarde, el primero de ellos recibió un balazo en su pierna derecha, en una refriega contra las milicias napoleónicas en la localidad de La Albuera, lo que no le impidió volver a montar los jamelgos, en 1814.

 

Al maestro de los anteriores subalternos, Francisco Herrera Rodríguez Curro Guillén (Utrera, 1783-Ronda, 1820), enemigo declarado del rey intruso, en los primeros momentos de la dominación francesa se le etiquetaba de patriota. Aunque como no tenia garantizada su seguridad personal se exilió durante dos años en Portugal, país en el que aprovechó para vestir de luces con regularidad.

Cuando los regimientos franceses invadieron la Península Ibérica, una gran parte de los estoqueadores se refugiaron en las provincias andaluzas, territorio en la que se continuaban promoviendo festejos taurinos con cierta regularidad, cuyos rendimientos económicos, con frecuencia, servían para financiar las partidas revolucionarias.

 

Por su parte, el rey impostor, José Bonaparte, que intentaba ganarse el favor de los súbditos españoles para superar el descontento popular, consintió en volver a autorizar las celebraciones tauromáquicas. De manera que encomendó al corregidor de Sevilla que reclutase a algunos de los estoqueadores que moraban en su circunscripción regional, quienes, una vez que cruzaban los riscos de Despeñaperros, simulaban que se dejaban asaltar por los grupos guerrilleros que allí se escondían. De la misma manera, las reatas de reses bravas también sufrían el embate de las fuerzas rebeldes, de manera que era imposible programar celebraciones taurinas con regularidad.

 

A pesar de estas numerosas trabas, Bonaparte consiguió promover algunas funciones de toros en Madrid, especialmente todos los domingos de verano, entre los años de 1808 y 1818. Con estas fiestas, totalmente gratuitas, se intentaba ganar el favor del pueblo llano, aunque en numerosas ocasiones, los aficionados a la lidia de reses bravas evitaban acudir a presenciarlos.

 

 

No obstante, como la mayoría de los estoqueadores atravesaban por una pésima situación económica, con cierta regularidad se prestaban a participar en algunos de los festejos que promocionaba el soberano galo. Uno de los primeros que dio su brazo a torcer fue el gitano, Juan Núñez Sentimientos (Sevilla), quien inicialmente se había mostrado contrario al ejercito invasor. Según Sánchez de Neira, en octubre de 1808, y en la principal plaza madrileña, brindó un toro de muerte al presidente del festejo, don Pedro de Loma y Mora, en los siguientes términos:

 

-“Por V.S., por la gente de Madrid y para que no quede vivo ni un francés”.

 

Desgraciadamente, como no estuvo muy acertado manejando el estoque, para frenar las muestras de descontento de los asistentes, en voz bien alta subrayó:

 

-“Así tienen que morir todos los gabachos”. [i]

 

Estos mismo años, y hasta que España se liberó de la ocupación francesa, el diestro de San Bernardo necesitaba que le escoltasen en sus viajes entre Sevilla y Madrid, para evitar las represalias de los ciudadanos opuestos a las milicias forasteras, especialmente a partir de julio de 1810; fecha en que se prestó a participar en las corridas que festejaban la proclamación de José Bonaparte I (Sentimientos, Jerónimo Cándido y Curro Guillen); monarca que posteriormente le concedería una pensión vitalicia de veinticuatro reales anuales.

 

En algunas ciudades, como Ejea de los Caballeros (Zaragoza), se aprovechaban algunas de estas conmemoraciones taurómacas para preparar diversas encerronas a los soldados franceses, a quienes hacían que se topasen con alguna punta de reses bravas, sin esperarlo.

 

Antonio Fernández Casado

Este articulo forma parte del primer capitulo del libro de próxima aparición, Garapullos por Máuseres (Las corridas de los toros en la Guerra Civil, 1936-1939), que publicará www.editorialacatedra.com

 


[i] José Sánchez de Neira. Gran Diccionario Tauromáquico. Librerías Paris-Valencia, 1991