Taurologia. Toreros liberales frente a toreros absolutistas

Blanco, realista; negro, liberal

La competencia político-taurina llenaba de pasión los espacios más recónditos del panorama taurino. Tras la trágica muerte de Curro Guillen en Ronda, Antonio Ruiz Serrano Sombrerero (Sevilla, 1783-1860), que había pertenecido a la cuadrilla del maestro utrerano, se convirtió en la figura más prominente del escalafón sin esperarlo, especialmente en Madrid; plaza en la que, con reiteración, conseguía convencer a su afición más rigurosa, a pesar de la repulsa que le mostraban los espectadores liberales.

 

A Sombrerero se le catalogaba en el grupo de avispados toreros, que utilizaban los pases de castigo con gran eficacia. La temporada de 1832, cuando se encontraba en el cenit de su popularidad, uno de sus varilargueros, le clavó una garrocha en la pierna izquierda sin querer; lesión que le mermó una gran parte de sus facultades físicas para siempre. Antonio Ruiz acostumbraba a torear íntegramente vestido de blanco, de color realista. De manera que mientras participaba en una corrida en el coliseo de Madrid en 1822, llegó a exclamar, antes de estoquear un burel: “así se mata a estos pícaros negros”. La bronca fue tan enorme, que Fernando VII se vio impelido a dictar una Real Orden, en la que prohibía expresamente al diestro sevillano volver a trastear en la Villa y Corte. Poco a poco las empresas le fueron negando las escrituras. Hasta que Sombrerero, de rigurosa observancia monárquica, solicitó audiencia al Rey, a quien reclamó su intermediación ante los empresarios para que no le siguiesen marginando, a la vez que se quejó de la actitud arisca que les mostraba una gran parte de la afición, a causa de sus ideales políticos. De manera, que el soberano escuchó, con atención y paciencia, los argumentos del espada, a quien al parecer habría respondió: “Antonio, el público es muy respetable y sobre todo el público de Madrid”. La inesperada explicación que le ofreció el monarca llenó de ira el ego de Sombrerero hasta cegarle el entendimiento, quien, no obstante, replicó:

 

-“Señor, si se hubiese dado su merecido a todos los “negros” de España, no me silbarían en Madrid”.

 

La entrevista finalizó con una contestación muy poco amable por parte del soberano. En cualquier caso, el encuentro sirvió para que las empresas volviesen a contar con el concurso del diestro en distintas ocasiones.

 

Sombrerero sentía la política con una gran pasión. Con el entusiasmo de un realista furibundo, lo que con excesiva frecuencia le enemistaba con los aficionado de ideales distintos a los suyos, quienes injustamente le injuriaban nada pisar los redondeles. A consecuencia de estos continuos escarnios públicos, y ante las circunstancias tan adversas que se le presentaban, la temporada de 1835, se cortó la coleta y regresó a su tierra natal. Con los ahorros acumulados que aun le restaban, se dedicó al comercio de semillas, aceite y grano, mientras ofrecía consejo  a todos los aspirantes a la gloria taurina que se lo solicitaban. La posterior Guerra Civil, y el fallecimiento de Fernando VII, le acarrearon la ruina económica, al sospecharse que favorecía la causa del pretendiente carlista, Carlos María Isidro de Borbón.  En febrero de 1859, se promovió en la Real Maestranza una corrida en su propio beneficio. Unos meses más tarde, ya octogenario, falleció en el Hospital de San Jorge de la misma ciudad, sumido en la indigencia.

 

Antonio Fernández Casado

Este articulo forma parte del primer capitulo del libro de próxima aparición, ‘Garapullos por Máuseres’ (Las corridas de los toros en la Guerra Civil, 1936-1939), que publicará Editorial La Cátedra Taurina.

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